La formación del jesuita VII: el Diaconado

Hemos escuchado que en la Compañía de Jesús hay hermanos y sacerdotes jesuitas, ¿qué hacen entonces los diáconos jesuitas? Ciertamente el diaconado es un ministerio importante en la Iglesia. Su origen se sitúa cuando la comunidad de apóstoles elige a algunos para una misión especial: “hermanos, buscad de entre vosotros a siete hombres de buen testimonio, llenos del Espíritu Santo y de sabiduría a quienes encarguemos este trabajo” (Hch 6, 3), y la misión encomendada es la experiencia de SERVIR. Desde entonces, la diaconía se ha configurado como un privilegio, que es tener la oportunidad de estar más cerca de los sencillos, de los últimos, de los más pobres, de los necesitados. Ser Diácono es tener el don y la responsabilidad de transparentar la acción permanente de Dios, que nunca se desentiende de la humanidad frágil; es un camino para disponerse por entero a la misión de la Iglesia y ser testigo en el mundo del amor de Dios.
En la formación de todo sacerdote, el diaconado es una etapa transitoria, pero el hecho de ser momentánea no implica que sea menos significativa, pues el diaconado es un espacio para poner los cimientos y recordar que el sacerdocio es fundamentalmente una vocación de servicio.
Para los escolares jesuitas el ministerio ordenado llega al final de sus estudios de teología, transcurridos ya muchos años de profundización y asimilación de la propia vocación. Su función, en el ámbito litúrgico una vez ordenados diáconos, es la asistir y ayudar a los obispos y presbíteros de diferentes maneras: sirviendo el altar, proclamando el evangelio... Pueden predicar, administrar los sacramentos del bautismo y el matrimonio, así como repartir la sagrada eucaristía o presidir responsos en funerales.