¿Cómo nos habla Dios?: El discernimiento ignaciano I
¿Cómo habla Dios? De maneras distintas: a través del silencio de la oración, a través de las mociones o movimientos interiores, pero también habla a través de lo que otros pueden decirnos y en los mismos acontecimientos de la vida, que a veces se imponen. Cuando Ignacio envió a las Indias a Francisco Javier no hubo mucho discernimiento. Enfermó el jesuita que iba a ir e Ignacio tuvo que enviar a Javier. El tiempo, elemento clave del discernimiento, confirmó que ese envío era de Dios.
Desde el inicio de su pontificado el papa Francisco ha resaltado constantemente la importancia del discernimiento cristiano, del que estos últimos meses ha emprendido una catequesis en sus audiencias generales. Una de sus concreciones es el discernimiento ignaciano que el maestro de Loyola brindara a la iglesia en sus Ejercicios Espirituales. Este es una pedagogía interior, un proceso para buscar y hallar la voluntad de Dios en nuestra vida personal y una vez encontrada, elegir en consecuencia. En palabras de Benjamín González Buelta SJ, se trata de una “peregrinación hacia la hondura del mundo, donde Dios trabaja”.
A veces, el discernimiento ignaciano se confunde con otras cosas. Por eso hay que recalcar que no es un proceso superficial para tomar decisiones y tampoco es cualquier reflexión genérica sobre la vida. El discernimiento ignaciano debe tocar el aquí y el ahora, lo cotidiano, las invitaciones que sentimos del Señor en lo concreto y específico que vamos viviendo.
El discernimiento es un don que hay que pedir y que debe ser siempre acompañado por otra persona. Discernir al modo que nos propone Ignacio supone el arduo trabajo de hacernos conscientes de aquello que nos mueve y preguntarnos si nos conduce al fin para el que hemos sido creados.
Aquel que se deja conducir de manera sana por su Espíritu va tomando pequeñas decisiones cotidianas con suavidad y armonía y cuando se encuentra en un momento difícil y novedoso necesita detenerse a discernir con calma y analizar con atención cada fuerza que actúa dentro de sí y cómo influye en sus decisiones. Es decir, que existe un discernimiento como acto (para elegir algo) pero también otro como actitud (hábito). Así como un discernimiento personal y otro comunitario.
El discernimiento ignaciano es también un ejercicio de inteligencia, experiencia y voluntad. Su dinámica, de manera muy simplificada, implicaría partir de la soledad para la búsqueda del yo más profundo; descubrir entonces deseos enraizados no atendidos; dar paso al lenguaje del Espíritu que irrumpe en ese silencio y que se instala en lo profundo de nuestro ser para dejar espacio al sentir de las mociones (resonancias afectivas), percibirlas, tomar conciencia de ellas y finalmente moverse a la acción de aquello a lo que Dios nos invita.
Fuentes varias, entre otras: Revista Manresa vol 94 (2022) y El discernimiento. La novedad del Espíritu y la astucia de la carcoma. Benjamín González Buelta SJ (Salterrae, 2020).