Jesuitas España

Año Ignaciano: de la conversión a la novedad del espíritu

Argitaratua: Osteguna, 01 Iraila 2022

Han pasado quince meses desde el inicio del Año Ignaciano, conmemorando aquel 20 de mayo de 1521 en que Ignacio cayó malherido en la defensa de Pamplona. Quince meses que culminaron el pasado 31 de julio, festividad del santo; tiempo que nos ha servido para hacer memoria agradecida de su vida y, sobre todo, de la acción misericordiosa de Dios en su persona.

Por la hondura de este cambio, por todo lo que significó en su vida y por lo que significaría en la vida de tantas personas, hablamos de conversión. El itinerario de la conversión del joven cortesano, Íñigo, ha servido a los jesuitas y a la familia ignaciana de estímulo para proponer iniciativas apostólicas muy diversas: jornadas de teología y de formación, propuestas para jóvenes de colegios, parroquias y universidades; congresos y exposiciones; publicaciones de calado, como el Autógrafo de los Ejercicios; ayudas para la oración y para las celebraciones; peregrinaciones y, sobre todo, la práctica de los Ejercicios Espirituales, alma espiritual de todo lo que somos y hacemos.

El Superior General de los Jesuitas, Arturo Sosa, SJ, en la clausura del Año Ignaciano celebrada en Loyola, ponía el acento en la necesidad de reconocer, como hizo Ignacio, que el amor de Dios en nuestra vida es más fuerte que los sueños de grandeza, y cómo esta conversión nos lleva al compromiso con los más vulnerables, con la reconciliación y el cuidado de la Casa Común, colaborando en la construcción de un mundo más justo y una fraternidad auténtica: “Desde nuestra realidad diaria, en la responsabilidad social, cultural, o de trabajo; en la comunidad, en casa, en el despacho, en la política, o en la cocina; allá donde tratamos de dejar una muestra de servicio por los demás, estamos acompañando a Jesús”.

Después de estos meses intensos la verdadera pregunta que debemos responder es: ¿en qué medida nos han ayudado las propuestas del Año Ignaciano a recorrer un camino que nos lleve a Dios? ¿Han supuesto estas iniciativas un estímulo para caminar hacia la cumbre? La conversión de Ignacio de Loyola le llevó a una cumbre que él no esperaba: el encuentro con Dios cara a cara, corazón con corazón. La cumbre, la conversión así entendida, no es el final del camino sino el principio de toda novedad guiada por el Espíritu, siguiendo el lema de Ignatius500 de “Ver nuevas todas las cosas en Cristo.”