Jesuitas España

Saber mirar

Argitaratua: Osteguna, 11 Urtarrila 2018

«Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre:
-¡Ayúdame a mirar!» (Eduardo Galeano)

«No el mucho saber harta y satisface el ánima sino el sentir y gustar de las cosas internamente». Pues eso. Hablar de la acogida y su espiritualidad al lado de Jornada eclesial de los emigrantes implica muy mucho «saber mirar» para expresar la verdad evangélica: acoger al forastero es recibir a Cristo. Así de claro. Mientras muchos ven a un emigrante o a un refugiado, nuestra espiritualidad está viendo… ¡a un hermano! Un plus en la mirada.

Escribimos en medio de un escenario global donde, además de criminalizar la acogida (véase el reciente enjuiciamiento tan denunciado por Jesuitas Social y la Red Eclesial Migrantes con Derechos a Helena Maleno, la persona que más vidas ha salvado en el Estrecho), miles de refugiados son machacados, arrojados sus cadáveres a las playas, expulsados en caliente ―y en frío― encerrados en campamentos inmundos, etc. ante el silencio de muchas conciencias ―incluso cristianas y católicas― que no perciben que «a veces vuelve el látigo enterrado a silbar en el aire de la cúpula y una gota de sangre (¡miles! digo yo) como un pétalo cae(n) a la tierra y desciende(n) al silencio» (Pablo Neruda, Canto general). Esas gotas llevadas a la contemplación nos llevan a la indignación y de esta solo podemos ir al compromiso. El que sea. 

Tras haber mirado «por dentro» campos de refugiados a los que irónicamente llaman campos de acogida, es imposible no movilizarse. Acogida «mortal» diría yo: Se mueren de frío y… de pena. Imaginando recurrentes «composiciones de lugar» en los bosques de Ceuta y Melilla; o cruzando miradas con los royingas perdidos en los mares sin riberas de Asia etc., la adoración de la Cruz de la tradición cristiana y ese sentido de relación con el sufrimiento del Islam nos ponen en la antesala de la excelencia espiritual. Miradas para «aplicar los sentidos» para acoger y «tocar» piadosamente al «Cristo pobre y humillado de los ejercicios».

Toda la acogida debe hacerse con la mística de los ojos abiertos (J.B. Metz). Y contactar con los emigrantes y otros sufrientes nos lleva al descubrimiento de que «hacer sitio para el otro es hacer sitio para el Otro» y que «abrirnos al extraño cambia nuestra forma de ver el mundo y de entendernos a nosotros mismos» (Miguel González, coordinador del SJM-España).

La espiritualidad de la acogida nace del «saber mirar». Al P. General Kolvenbach le preguntaron: «Padre, ¿usted cómo reza?». Este le contestó: «Rezo con iconos». El novicio insiste: «¿Y qué hace?, ¿los mira?». Y el P Kolvenbach responde: «No, me miran ellos a mí».

Si somos capaces de dejarnos mirar en profundidad por los emigrantes, estos se convierten en iconos permanentes. Que nos enriquecen.

 ¡Contemplativos, en suma!