Ser
Jesuita













San Francisco Javier

Francisco Jasso (Javier, Navarra, 1506 - Isla de Sanchón, China, 1552) es el ambicioso estudiante de la universidad de París en el que Ignacio forjará el paradigma de misionero para las generaciones venideras. Lo envió y no hubo fronteras, lenguas o peligros que frenaran su celo apostólico por llevar a Jesucristo a los confines del mundo. Recorrió la India, puso las bases para las posteriores misiones en Japón y murió a las puertas de China, entonces desconocida. Viajero que escribía cartas llenas de pasión por su misión a sus compañeros de Europa, hoy sigue siendo una de las figuras más cautivadoras de la Compañía de Jesús y de la Iglesia.
San José de Anchieta

El «apóstol de Brasil» (San Cristóbal de la Laguna, Tenerife, 1534 - Reritiba, Brasil, 1597) es ejemplo de inculturación y de defensa de los débiles. Tras finalizar el noviciado a los 19 años marchó a América donde vivió siempre en contacto con los indígenas, dominando la lengua tupí ―de la que escribió la primera gramática y un catecismo― y diferentes elementos de aquellas culturas, como la botánica, el uso de plantas medicinales o la artesanía. Se esforzó en pacificar a los pueblos indígenas y defendió con firmeza sus derechos, así como el de los mestizos, frente a quienes pretendían esclavizarlos. Fundó la ciudad de Sao Paulo y también es reconocido como padre de las letras brasileñas por su obra dramatúrgica y poética.
San Alonso Rodríguez

Alonso Rodríguez (Segovia, 1532 – Palma de Mallorca, 1617) es el Patrono de los Hermanos de la Compañía de Jesús. A la muerte de su esposa e hijos, este comerciante arruinado y fracasado, decidió renovar su vida por completo. Ingresó en la Compañía de Jesús a los 39 años y su principal tarea fue la de ser portero en el Colegio Montesión de Palma de Mallorca. Modelo de humildad y de vida interior, se esforzó por vivir la presencia de Dios constantemente. Sabedores de su santidad, las gentes venían a hablar con él, desde el virrey hasta el más pobre. Por orden de sus superiores escribió un tratado espiritual que hoy ocupa tres volúmenes. En estos escritos, así como en su ejemplar vida, Alonso Rodríguez se muestra como un verdadero místico que ilumina, desde una sencilla portería, la misión de la Compañía universal.
San Pedro Claver

La historia de Pedro Claver (Verdú 1580 — Cartagena de Indias, 1654), nos transporta a la Cartagena de Indias de su época, auténtico hervidero de negreros, piratas e inquisidores. Claver es un ejemplo de amor por los más pobres y marginados. Se enfrentó con heroísmo a la trata de personas, y entregó su vida a atender a los esclavos que llegaban al puerto, reconociendo a Jesús en quienes ni siquiera eran considerados personas. Acudía a las bodegas de los navíos donde los traían hacinados y a los almacenes donde los metían, para ayudarles, curarles y enseñarles la catequesis. Al hacer sus votos perpetuos estampó junto a su firma la consigna de su vida: «Pedro Claver, esclavo de los negros para siempre».
Pedro Arrupe

Pedro Arrupe (Bilbao, 1907 – Roma, 1991) fue Prepósito General de la Compañía de Jesús entre 1965 y 1983. Considerado una de las figuras más relevantes de la historia social y eclesial del siglo XX, era un hombre profundamente humilde, cuyo centro y modelo fue Jesús de Nazaret. Un hombre universal, que supo inculturarse en un contexto tan diferente como el del Japón, un pueblo junto al que vivió la terrible experiencia de la bomba atómica. Arrupe fue un adelantado a su tiempo. Impresionado por la gente que huía de Vietnam en barcos, en 1980 creó el Servicio Jesuita a los Refugiados para acompañar, servir y defender a los desplazados. Bajo su generalato, la Congregación General 32 reformuló la misión de los jesuitas integrando de manera inseparable el servicio de la fe y la promoción de la justicia.
Vicente Cañas

El Hermano Vicente Cañas (Alborea, Albacete, 1939 - Mato Grosso, Brasil, 1987) es el ejemplo de una forma de presencia misionera basada en el pleno respeto de la cultura y formas de vida de los pueblos. Cañas vivió durante más de diez años integrado en la tribu Enawenê-Nawê, que no tenía ningún contacto con el hombre blanco. Defendió los derechos de los indígenas de la Amazonía y murió asesinado por los terratenientes que sitiaban las tierras de los indios. Hasta la fecha sus asesinos no han sido juzgados. Una sencilla piedra sacada del lecho del río marca el lugar donde está enterrado. Grabado en ella se puede leer: Kiwxí, el nombre intraducible con el que los indios le llamaban.
Luis Espinal

Lucho Espinal (Sant Fruitós de Bages, Barcelona, 1932 - La Paz, Bolivia,1980) fue un hombre dotado de una especial sensibilidad artística y poética, que puso al servicio de los más desfavorecidos, primero en España y luego en Bolivia, país en el que se nacionalizó en 1970. Allí Espinal se encontró en la encrucijada entre la muerte y la vida, entre los ídolos del poder que causan la muerte y la vida del pueblo amenazada. Y optó por el Dios de la vida. A través de sus escritos, poemas, programas de televisión y guiones defendió los derechos humanos contra las dictaduras y se implicó en las luchas de los mineros y de la población rural de Bolivia. La «opción preferencial por los pobres» le hizo entregar la vida a manos de un grupo de paramilitares que lo secuestraron, torturaron y asesinaron la noche del 22 de marzo de 1980.
Ignacio Ellacuría

Ignacio Ellacuría (Portugalete,1930 - San Salvador, 1989) podría haber sido recordado como un gran filósofo y teólogo. Pero su compromiso intelectual en la denuncia de las injusticias estructurales que padecía El Salvador lo llevó a la muerte y lo convirtió en un referente universal de la defensa de los derechos humanos. El Salvador de los años 80 era un país en guerra civil y con enormes desigualdades que sufrían, principalmente, las mayorías campesinas empobrecidas. Siendo rector de la UCA, Ignacio Ellacuría abogó por un cambio social a favor de los más pobres, condenó la violencia y los abusos del gobierno, y se esforzó en buscar una salida negociada al conflicto armado. Fue asesinado por un destacamento de soldados salvadoreños, junto a los también jesuitas Segundo Montes, Ignacio Martín-Baró, Amando López, Juan Ramón Moreno y Joaquín López, además de una trabajadora doméstica y su hija: Julia Elba y Celina Ramos.
San Francisco de Borja

Francisco de Borja (Gandía, Valencia,1510 -Roma 1572) era miembro de una de las familias más célebres del reino de Aragón. Disfrutó de todos los honores a los que pueda aspirarse: fue duque de Gandía, marqués de Lombay y Virrey de Cataluña. Pero a la muerte de su esposa, con la que tuvo ocho hijos, renunció a todo y entró en la Compañía de Jesús, de la que fue tercer Prepósito General. Su humildad impresionaba a quienes recordaban el inmenso poder de su familia. Fue un organizador infatigable, propagó las misiones jesuitas por todo el mundo y dio tal impulso a la Compañía que se le reconoce como su segundo fundador.
San José María Rubio

José María Rubio (Dalías, Almería, 1864 – Aranjuez, Madrid, 1929) fue el mayor de trece hijos de una familia campesina. Fue sacerdote diocesano secular, pero su afición a la Compañía de Jesús le llevó a ingresar en el noviciado a los 42 años. Toda su vida se centraba en cumplir la voluntad de Dios: «Hacer lo que Dios quiere y querer lo que Dios hace». Madrid fue el campo de su intenso apostolado, particularmente los pueblos pequeños y los suburbios más pobres. Fundó e hizo crecer multitud de obras y su fama de santidad era extraordinaria. Las personas guardaban cola durante horas para confesarse con él y abarrotaban los templos para escucharle predicar. Era un hombre que sabía escuchar, sin urgencia y sus palabras sencillas llegaban al fondo del alma.
San Juan del Castillo

Hablar de Juan del Castillo (Belmonte, Cuenca, 1595 - Asunción, Paraguay, 1628) es referirse al verdadero legado de la humanidad que constituyen las reducciones del Paraguay. Conocer su vida es recorrer los paisajes, las cataratas, la naturaleza en estado puro…, aquellas escenas tan impactantes de la película La Misión; pero también es transitar por caminos angostos y tortuosos donde los intereses humanos, los gobiernos, los quehaceres políticos, económicos y religiosos jugaron un papel fundamental, hasta hacerle entregar la vida. Tuvo el coraje de apostar su vida por un sueño, por una humanidad nueva, por el Reino, y murió a manos de un grupo de indígenas hostiles hacia las reducciones, que lo arrastraron, apedrearon y golpearon hasta la muerte.
Pedro Paéz

La de Pedro Paéz (Olmeda de las Fuentes, Madrid, 1564 – Gorgora, Etiopía, 1622) es una vida de aventura imposible de resumir. Viajó como misionero a la India y a Etiopía, cruzó el océano Índico y el mar Rojo, fue capturado por los árabes y vendido como esclavo a los turcos. Permaneció cautivo casi siete años, remando en galeotes turcos y atravesando a pie encadenado desiertos de Arabia de los que nadie había oído hablar en Occidente. Tras su rescate, Páez no se rindió y volvió a Etiopía donde realizó una labor misionera y científica sin igual. Adquirió el idioma y las costumbres locales, se ganó la confianza de los emperadores etíopes y es un modelo de intercambio cultural sin imposiciones. Fue el primer occidental en llegar a las fuentes del Nilo Azul (lago Tana de Etiopía), y también, entre otras muchas cosas, el primero en beber café y documentarlo. Javier Reverte recoge su fascinante historia en Dios, el diablo y la aventura.
Beato Francisco Gárate

El P. Pedro Arrupe declaró que Francisco Gárate (Azpeitia, 1857 - Bilbao, 1929) había sido la persona que había impartido la mejor lección jamás pronunciada en la centenaria historia de la Universidad de Deusto. Este hermano jesuita estuvo destinado toda su vida en la portería de la Universidad. Recibía con amabilidad y cariño a todo el que llegaba, y ayudaba en todo cuanto podía. Los estudiantes lo llamaban cariñosamente “Hermano Finuras”, por sus finos modales y delicadeza de alma. Vivió convencido de que cumplía con lo que el Señor le estaba pidiendo a través de la Compañía, y se convirtió, en palabras de Juan Pablo II, en testimonio concreto y actual del valor de la vida interior como alma de todo apostolado.