Ignacio,
el Peregrino
Su nombre familiar era Iñigo López de Loyola, pero decidió cambiarlo por el latinizado Ignacio cuando estudiaba en París. Su historia es la de un hombre cuyo único afán era descubrir la voluntad de Dios y cumplirla. Durante su juventud tuvo otros planes, persiguió honores y gloria, pero uno a uno se le fueron cerrando los caminos con los que soñó. A través de sus fracasos, derrotas y heridas fue como Dios entró en su vida. Poco a poco aprendió a dejarse guiar y a mantener siempre viva en su corazón la pregunta: ¿qué quieres ahora de mí Señor? Y el Señor le llevó casi siempre por donde él no esperaba.
No fue un superhombre. Pero es este simple «peregrino» —como se refería Ignacio a sí mismo—, el redactor de los «ejercicios espirituales» que millones de personas de diferentes culturas y sensibilidades, han utilizado desde entonces como guía para conocer la voluntad de Dios en sus vidas, es también el fundador, junto con un grupo de amigos, de una orden religiosa significativa en la historia de la Iglesia Católica.
Iñigo fue, al fin y al cabo, un hombre empeñado en compartir la vida con los más desfavorecidos, guiado siempre por un ideal de servir a la Iglesia y transformar el mundo, a la mayor gloria de Dios.