Jesuitas España

Un Papa que escuchó el corazón de la juventud

Publicado: Jueves, 24 Abril 2025

Cuando uno habla de la relación del papa Francisco con los jóvenes, no sabe si habla del Magisterio durante su pontificado o si dialoga con el joven que cada uno lleva dentro. Y es que es fácil que vuelvan a nuestra memoria imágenes de Francisco con los jóvenes. En ocasiones a través de las JMJ, otras veces con gestos sencillos, e incluso en alguna que otra entrevista de televisión entre los infinitos recuerdos que nos ha regalado, pues es extraño que a ninguno de nosotros no se nos haya escapado alguna lágrima.

Creo que Francisco no tuvo miedo a los jóvenes, como a veces, por desgracia, nos puede pasar en la Iglesia. La Tercera Preferencia Apostólica así lo confirma. Fue quizás su espontaneidad, su elocuencia y su carisma lo que han hecho de él un icono de nuestro tiempo, capaz de entenderse con muchos tipos de personas —cristianos y no cristianos— y de manejarse con excelencia entre las multitudes. Algo que, insisto, no es tan obvio, y que nos habla de la frescura del Evangelio. Él mismo insistía mucho en la importancia de la alegría en la vida cristiana, y no se quedaba solo en numerosos vídeos virales. Asimismo, era consciente de la realidad de este “cambio de época”, y sin caer en relativismos, fue capaz de escuchar el corazón de la juventud y todo lo que ello conlleva. Sencillamente: miraba el mundo y a las personas con misericordia. Ni más ni menos.

Sin duda, debemos destacar que durante su pontificado se celebró el Sínodo de los jóvenes y publicó la exhortación Christus Vivit. Con un lenguaje claro y directo, habla a los jóvenes y a los que les acompañamos de esta etapa tan difícil como bonita. En ella se tocan aspectos claves como la vocación, el acompañamiento pastoral o el lugar de los jóvenes en la Iglesia, algo que curiosamente marca muchos de los planes de cultura vocacional de nuestras diócesis, congregaciones y movimientos. Un documento que merece ser leído y que sigue interpelando algunos años después, porque sobre todo anima a los jóvenes a no tener miedo y a huir del conformismo y de la comodidad, a encontrarse con Jesús sin miedos ni parálisis. La misma autenticidad y pasión por la vida y por Dios que tenía él, era la misma que intentaba contagiar a los jóvenes. Para muestra, su devoción por Carlo Acutis, alumno del colegio jesuita de Milán, y que iba a ser canonizado a finales de abril en el Jubileo de los Adolescentes.

Y aunque fue padre de todos —a mí me gusta pensar que este es el significado poético de papa— no tenía una imagen paternalista, como a veces también suele pasar. Invitaba a los jóvenes a ser protagonistas. Es un matiz considerable, porque en nuestras Preferencias Apostólicas Universales se habla de “acompañar a los jóvenes”, no de hacerles su trabajo. Incluso es más laborioso, porque acompañarles no es organizarlo tú, sino estar con ellos y ser pastor que está, guía, cuida y acompaña. Es, en definitiva, hacer que los jóvenes sean agentes de evangelización, los protagonistas, y no meros consumidores de experiencias, haciendo que cada persona pueda llegar a otros tantos más con distintos lenguajes, y no solo a unos pocos, como a veces nos suele ocurrir. Quizás este es un ejemplo más de su pasión por la Iglesia en salida y por llegar a las periferias existenciales; es el celo y la audacia de un misionero en el corazón de Roma. Es el reto de anunciar a Cristo sin miedos, y que prepara a la Iglesia para una época distinta, como es la pos-secularización. Sin complejos y sin ataduras, como era él, dejando atrás batallas de “progres” y “carcas” que tanto nos pueden paralizar.

En 2015, en un encuentro con antiguos alumnos jesuitas, les preguntaba a los participantes si tenían inoculado el “virus jesuita”. Y que, lejos de ser una enfermedad, era una actitud espiritual y ética que implica un compromiso activo con la fe y con la justicia en cada tiempo y lugar, como había intentado hacer él en su etapa como profesor y rector en su Argentina natal. Ojalá no olvidemos su legado, confiados en que desde ahora, Francisco, nos acompaña desde el cielo.

Álvaro Lobo SJ