Misericordia en salida

El papa Francisco es un jesuita vertebrado por el conocimiento interno del Señor Jesús, a partir de haber experimentado personalmente la misericordia de Jesucristo con él. Su lema episcopal y papal lo refleja: miserando atque eligendo (misericordiando y eligiendo).
Este mundo vital se troquela en una asimilación del Concilio Vaticano II marcada por dos rasgos. Primero, el contexto de la Iglesia latinoamericana en Argentina, con el predominio de la teología del pueblo. Esto se traduce en la comprensión de que todos y cada uno en el pueblo de Dios, desde el individuo más sencillo, posee el don del Espíritu, la dignidad de hijo de Dios, la capacidad de entender a fondo con su olfato el evangelio de Jesucristo (LG 12). Segundo, el Vaticano II quiso poner a toda la Iglesia en misión de anuncio del evangelio al mundo actual. Este aspecto lo captó realmente bien, según Bergoglio, Pablo VI, especialmente con su exhortación Evangelii nuntiandi (anunciar el evangelio), de 1975. Como papa no ha pretendido otra cosa que dar continuidad a lo dicho por Pablo VI.
El contexto de la elección de Francisco como papa viene determinado por dos circunstancias. El prestigio anejo por haber sido el presidente del comité de redacción del documento de la asamblea continental de Aparecida, que se puede resumir con la expresión discípulos misioneros. La enorme crisis que se vivía en la Santa Sede con respecto a los modos de funcionar de la curia vaticana. En las largas conversaciones entre los cardenales, previas a su elección, se clamó por una reforma a fondo de la curia.
Con este bagaje emprende un camino de anuncio del centro del evangelio, la misericordia de Dios para con todos, estén donde estén; y la reforma eclesial, tanto de la curia como de maneras y tics clericales. Este programa se refleja en documentos, que comentaré, pero también necesariamente en un estilo y un talante personal de proximidad pastoral, propia de un párroco, del que el vocabulario accesible, las imágenes elocuentes y los gestos forman parte consustancial.
Su programa de pontificado viene definido en Evangelii gaudium: Iglesia en salida misionera. Y se despliega de modo coherente en sus otros grandes documentos. Porque se ha experimentado la misericordia de Dios (Gaudete et exsultate; Dilexit nos), esta se quiere llevar a todos: año de la misericordia (Misericordiae vultus; Misericordia et misera). Esta misericordia alumbra la situación de las familias (Amoris laetitia); de los jóvenes (Christus vivit); de los pobres y descartados vistos desde una mirada global a nuestro mundo (Fratelli tutti); que percibe la crisis ecológica como una crisis eco-social, en la que los pobres llevan la peor parte (Laudato si’; Laudate Deum).
Llevar este programa adelante exige una Iglesia sinodal (asunción del documento final elaborado por la asamblea sinodal), con la corresponsabilidad y la participación de todos en la construcción de la Iglesia y en su misión (nombramientos de mujeres para puestos directivos en la Santa Sede); una reforma de la curia (Praedicate evangelium); un nuevo modo de hacer teología (Veritatis gaudium). Pide una atención personal a los descartados (ej.: jueves santo en la cárcel) y a las periferias (ej.: visita a Lampedusa, elección de cardenales «periféricos», selección de los países visitados). La evangelización pasa por la cultura del encuentro y por el diálogo (ej. patriarca Bartolomé; imán Ahmed Al-Tayyib; centenario de la reforma luterana; encuentros con víctimas de abuso), como ya indicara Pablo VI en su encíclica programática Ecclesiam suam (1964). Un diálogo que se tornó simbólicamente en oferta mundial de esperanza durante la pandemia del Covid-19 (Statio orbis: momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia).
Francisco no ha puesto el foco ni en un cambio ni en una renovación de la doctrina, sino en línea con el Vaticano II y la tradición ignaciana, en el necesario discernimiento pastoral para afrontar las situaciones complejas de la vida, sin imponer más cargas (reformas para las nulidades matrimoniales) y atajando con decisión situaciones estructuralmente lejanas a lo que la Iglesia ha de ser (legislación en torno a los abusos).
Su legado teológico no es escaso. Más allá de elaboraciones conceptuales destaco cuatro aspectos. Una concepción sinodal de la Iglesia, que arranca de la raíz bautismal común a todos. Un foco en los descartados, como criterio de discernimiento y luz evangélica. Una atención pastoral y en discernimiento a las personas que cargan con su vida sin una aplicación de la doctrina que no sopese todas las circunstancias de la situación personal, estirando la clave esencial de la acogida misericordiosa e incondicional de Dios hasta el máximo (Fiducia supplicans). Para llevar ahí la palabra de vida del evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que siempre es amor, perdón y esperanza (Spes non confundit).
Gabino Uríbarri SJ