Una educación al servicio de todos

Durante más de dos siglos y medio, hasta su supresión en 1773, la Compañía de Jesús fue la orden religiosa mayor y más conocida entre las dedicadas a la enseñanza. Hacia 1749, de los 23.000 jesuitas, había unos 15.000 destinados a 800 centros educativos, con más de 200.000 alumnos. Formaban por tanto la mayor red internacional de colegios en un tiempo en que la educación estatal era prácticamente inexistente.
Cuando la Compañía fue restaurada en 1814, los jesuitas volvieron a su ministerio de la enseñanza; de nuevo el sistema creció y aumentó. En 1914, los colegios y universidades (sin contar los seminarios) ascendían a 234, en 43 países diferentes, con 60.000 alumnos.
A finales del siglo XX (1998), las instituciones educativas o confiadas a la Compañía, incluyendo Fe y Alegría y otras redes educativas al servicio de los más necesitados, sumaban 1.611, en 73 países, con un total de 1.583.555 alumnos.
Desde principios del siglo XIX, sin embargo, los colegios jesuitas se han desenvuelto en un contexto muy diferente: otras congregaciones se han dedicado al ministerio de la educación católica, y la educación en términos generales se ha considerado como una responsabilidad del sector público. Con todo, la educación jesuita permanece como un ministerio básico de la Compañía y como un instrumento muy importante para la evangelización y el cambio social. Sin embargo, la Compañía no fue fundada como una orden educativa. Aunque la educación era ciertamente un ministerio, suponía una larga dedicación.
En España, Francisco de Borja, siendo aún Duque, fundó un colegio en Gandía (1545) para la educación de jóvenes jesuitas y al mismo tiempo de los hijos de moriscos, que eran la mayoría de sus súbditos. En 1546, el rector presentó unos debates en público, e impresionaron tanto a los asistentes que suplicaron que sus hijos fuesen admitidos a las clases del colegio. A petición de Diego Laínez (futuro general), e influenciado por este éxito, Ignacio dio su aprobación; por ello, fue el primer colegio jesuita con alumnos externos, es decir, estudiantes locales que no vivían dentro del mismo colegio. Jerónimo Nadal, consciente del significado histórico del hecho, escribió en su diario, "el recién fundado colegio de Gandía fue el primero en el que los nuestros dieron clases abiertas al público". Pero fue el colegio de Sicilia (1548) el primero, en el sentido de institución primariamente designada para seglares.
De todas las fundaciones que se sucedieron, el más importante era el Colegio Romano: el favorito de Ignacio, y que se convertiría en el prototipo, desarrollando un currículum, métodos pedagógicos y una filosofía de la educación que serviría como norma para los colegios jesuitas en todo el mundo.
La Ratio Studiorum
La calidad de la educación en los colegios estaba asegurada con el desarrollo de la Ratio, que promulgó normas para los directores, maestros y alumnos; dio instrucciones relativas al currículum y a todos los aspectos de la vida del colegio.
La promulgación de la Ratio definitiva en 1599 creó un lazo común entre la red de más de 245 colegios situados a lo largo de Europa, las Américas y las Indias. La Ratio, por tanto, creó el primer verdadero "sistema escolar" de extensión intercontinental. Para Ignacio la educación era un instrumento eficaz "para la defensa y propagación de la vida y doctrina cristianas". Para los misioneros, la educación era un medio muy importante para ganar aceptación en países extranjeros, y conseguir una reputación que redundaría en una atención más cuidadosa al mensaje de Cristo. Para muchos, los colegios jesuitas se hicieron muy deseables gracias a su excelencia, su énfasis en el humanismo, su ordenada estructura y disciplina, y a la inspiración de sus maestros.
El día en el colegio era largo. Las clases comenzaban hacia las 7 de la mañana, después que los alumnos ya habían tenido la oración matinal, Misa y un desayuno ligero. Toda la mañana estaba ocupada con las clases, que se interrumpían con debates entre los alumnos y las llamadas repeticiones. La tarde se dedicaba a estudio en privado o en grupo; después, nuevas clases preparaban a los alumnos para la materia del día siguiente (la llamada praelectio); luego todavía más tiempo para el estudio privado hasta la hora de retirarse hacia las 9 ó 10 de la noche. Las tardes de los jueves y los sábados eran libres; los domingos no había clases, pero el día estaba muy ocupado con la Misa, sermón y vísperas, con lo que quedaba muy poco tiempo para recreación.
En España había unos 112 colegios en vísperas de la expulsión de 1767. Al no haber sido tocada España por la reforma protestante, la educación jesuita tendía más hacia lo académico que hacia lo apologético, y desempeñó su propia contribución en la Edad de Oro española. Uno de estos ejemplos fue el Colegio Imperial, en el que estudiaron Lope de Vega, Quevedo y Calderón.
La Ratio, innovadora en 1599, no se había modificado en casi 200 años. Las primeras señales de estancamiento se juntaron a las primeras turbulencias políticas. Pese a ello, cuando Clemente XIV suprimió la Compañía en 1773, eran 845 los centros educativos jesuitas esparcidos por toda Europa, las Américas, las Indias, Rusia y el lejano Oriente. De este número, más de 200 eran seminarios y universidades, y colegios, unos 600.
Hace cuatro siglos, la primera Ratio dio consistencia al sistema educativo de la Compañía. Hoy día, la inspiración común que comparten nuestras instituciones y asociaciones educativas viene dada por las Características de la Educación de la Compañia.
En palabras del P. Peter-Hans Kolvenbach en su carta de presentación, "no es una nueva Ratio Studiorum. Sin embargo, ... este documento puede darnos a todos una visión común y un común sentido de nuestra finalidad... A pesar de las dificultades y las incertidumbres, la educación sigue siendo un apostolado preferencial de la Compañía".