Jesuitas España

Cincuenta años en el barrio

Publicat el Dimecres, 29 Mai 2019

En la década de 1960 llegaba a Barcelona un gran número de familias procedentes de otros puntos de España, en busca de trabajo en las fábricas del cinturón industrial de la ciudad. Muchas de ellas se asentaron en chabolas que luego fueron transformándose hasta conformar un barrio obrero. Eran tiempos de efervescencia social y eclesial, también en la Compañía, en la que numerosos jesuitas se sentían llamados a un apostolado insertado en los contextos más desfavorecidos. La historia de Bellvitge, en Hospitalet de Llobregat, es la historia de otros muchos lugares, cuyos nombres evocan relatos de compromiso y autenticidad evangélica, que hoy se rememoran con cariño y orgullo: La Pilarica (Valladolid), Uretamendi (Bilbao), La Ventilla (Madrid)…

En Barcelona, un grupo de jesuitas deseaba dedicarse a la educación, pero no querían hacerlo en los colegios históricos de la Compañía, sino en la periferia de la gran ciudad. En 1968 alquilaron un piso en una zona donde unos pocos años se habían empezado a levantar casas, en un terreno de huertos al lado de la ermita de Bellvitge. La voluntad de estos jesuitas era participar, junto a los habitantes, en la construcción del barrio, al que todavía le faltaba de todo: equipamientos, servicios… ni siquiera había calles o alcantarillado.

Estos jesuitas eran conscientes de que la educación era fundamental para el barrio y se apresuraron a iniciar su labor, con quince niños, en un local comercial que acondicionan las propias familias. Así nació el colegio, al que pusieron el nombre del papa que personificaba los vientos de cambio que soplaban en la Iglesia: Joan XXIII. Apostaron fuerte por la formación profesional, respondiendo a las necesidades del barrio. De esa forma ofrecieron un futuro a varias generaciones de jóvenes del barrio, y contribuyeron a evitar que no pocos de ellos cayeran, seguro, en la delincuencia y la droga.

También la parroquia empezó en unos barracones, y así se mantuvo durante veinticinco años, porque la prioridad para aquella comunidad cristiana era que el barrio tuviera los servicios esenciales. En torno a la parroquia se movilizó un esfuerzo voluntario que, además de la implicación de los propios habitantes, recibió también la colaboración de muchos antiguos alumnos de los colegios jesuitas de Barcelona, que aportaron recursos y ayuda profesional.

Bellvitge ha cambiado mucho en estos 50 años. Los hijos de la primera generación de habitantes, los que levantaron el barrio, ya no viven allí. En cambio, ha llegado una nueva inmigración, ahora mayoritariamente latinoamericana y africana. El colegio ha crecido y acoge a más de 1.600 alumnos de todas las etapas educativas, incluyendo Bachillerato. En la parroquia, las nuevas familias traen en ocasiones una espiritualidad más tradicional y las diversas sensibilidades aprenden a complementarse. Las necesidades sociales siguen siendo importantes: hay muchos mayores solos, y un 11% del barrio recibe alimentos de la Fundación La Vinya, entidad que canaliza la acción social y en la que participan muchos jóvenes de los colegios jesuitas de Barcelona y del Casal Loiola. La comunidad de jesuitas es ahora comunidad de hospitalidad —en realidad siempre fue una comunidad abierta—, y en ella conviven seis jesuitas y dos personas que necesitan temporalmente un lugar para vivir. Suelen ser inmigrantes y solicitantes de asilo, habitualmente musulmanes, para quienes la comunidad se convierte en rostro afectivo, humano y solidario de la sociedad que los acoge.

En este nuevo tiempo, Bellvitge sigue representando un modelo de presencia de la Compañía que moviliza a muchas personas, hombres y mujeres, que desde vocaciones diversas comparten una visión del anuncio del Reino que no puede entenderse sin participar de las alegrías y dificultades cotidianas, de la vida en definitiva, de aquellos por quienes nos comprometemos.