Cada familia, una historia de salvación
Uno de los aspectos más importantes del momento eclesial que vivimos es el reconocimiento de la familia como sujeto privilegiado de evangelización. La celebración del Sínodo de Obispos para la Familia en 2014 y 2015 y su principal fruto, la exhortación apostólica Amoris Laetitia del papa Francisco, han situado a la familia en una nueva centralidad, invitándonos a «contemplar a Cristo vivo y presente en tantas historias de amor».
También la Compañía de Jesús se siente interpelada por esa nueva mirada, que nos exige no solo comprender a la familia como misión en sí misma―cada una de ellas es una historia de salvación―, sino también como dimensión ineludible de todas las fronteras a las que podemos ser llamados. Cada vez con más frecuencia, en nuestras instituciones tanto de apostolado educativo como de apostolado social, se habla y se interviene en «clave familiar». También en este ámbito necesitamos crecer, preguntarnos, aprender de otros… ¿Hay alguien, hoy en día, que no crea que la familia es uno de los elementos clave en la lucha por la justicia social? ¿Hay alguien, hoy en día, que no crea que la familia es quien debería garantizar la transmisión de la fe? ¿Hay alguien, hoy en día, que no piense que la familia es el lugar en el que aprendemos las cosas más importantes de la vida?
Hay dos retos en los que la Compañía puede prestar un servicio particularmente importante: el acompañamiento y el discernimiento. Ambos son terrenos delicados. A menudo, la realidad de las familias nos muestra a hijos e hijas de Dios que sufren, que se encuentran desorientados, perplejos, y, en ocasiones, enfadados… Hijos e hijas de Dios que se han sentido abandonados, incomprendidos y tratados injustamente por su Iglesia y sus pastores. La espiritualidad ignaciana puede y debe ayudar a que toda familia se sienta en la Iglesia como en casa. Nuestro trabajo con las familias (acompañamiento y discernimiento) puede y debe hacer realidad el deseo que expresamos en la liturgia: “que tu Iglesia, Señor, sea un recinto de verdad y de amor, de libertad, de justicia y de paz, para que todos encuentren en ella un motivo para seguir esperando”.
Dios ya está habitando toda familia en sus circunstancias concretas. Dios nos precede siempre, y ya está trabajando y dándose a esa familia concreta. Para toda familia, Dios ya es misericordia cordial, alegría auténtica, abrazo gratuito y corazón abierto antes de que nosotros lleguemos. Estamos llamados a dirigirnos a la frontera de la familia, pero siendo muy conscientes que nosotros vamos siempre detrás del Dios de la misericordia, el Dios de Jesucristo, el Dios Padre-Madre que nos sigue sosteniendo, día a día, por amor.