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El Santuario de Aránzazu está situado en un paraje sin igual, colgado sobre barrancos en medio de un espacio natural salvaje. Su origen se remonta a finales del siglo XIII. Como recordábamos en un post anterior, tras la lucha interior durante su convalecencia, sacudido y consolado por la visión de nuestra Señora con el niño Jesús, Ignacio cambió de vida y partió como peregrino en busca de conocer y cumplir los deseos de Dios. Su primera noche la pasó en Aránzazu, y algunos autores piensan que fue aquí, ante la Virgen María, cuando Íñigo de Loyola hizo voto de castidad para toda la vida. Algo muy profundo debió de sentir en aquella vigilia, pues, 30 años después, en una carta escrita a Francisco de Borja, expresaba que recordaba bien «haber recibido algún provecho en mi vida, velando en el cuerpo de aquella iglesia de noche». Salvo la venerada imagen de la Virgen, hoy no queda nada del santuario original, calcinado completamente en su último incendio, en 1834. Pero la basílica actual, construida en 1951, constituye el mejor compendio del arte vasco de los años cincuenta y sesenta del siglo XX.

Damos un nuevo salto en el tiempo. Estamos en 1535. Ignacio regresa a su tierra natal después de crear en París el grupo que sería el germen de la Compañía de Jesús. Al llegar a Azpeitia, Ignacio se aloja, de abril a fines de julio, en el Hospital de la Magdalena, en el barrio del mismo nombre. Sus familiares le ofrecen la casa solariega para hospedarse, pero Ignacio ya no es el noble soldado que conocieron: prefiere vivir con los pobres en el hospicio, y comer y dormir con ellos. Durante este tiempo se dedicó a explicar el catecismo a los niños, predicar diariamente en la ermita de la Magdalena —justo al lado— y recoger limosna para los más necesitados. El recuerdo de su ejemplo de oración, penitencia y humildad, su celo por buscar el bien de sus paisanos y sus obras de misericordia aún forman parte de la memoria colectiva de los azpeitianos. Así lo refleja la moderna escultura de Antonio Oteiza, frente al edificio del hospital, hoy convertido en centro de interpretación ignaciano.

Este periodo en Azpeitia, que tanto nos dice sobre el verdadero Ignacio, a veces escondido en la monumentalidad del Santuario, también nos deja otro lugar para visitar con devoción: la Ermita de Elosiaga. Esta ermita, llamada hoy de Santa Lucía, está situada a unos 3 km de Azpeitia subiendo hacia Goiatz. Sabemos que el 3 de mayo de 1535 Ignacio, encaramado a un ciruelo, predicó un sermón que se hizo famoso por el excepcional fruto de devoción y de conversiones que logró.

Concluimos este recorrido, dejando para otra ocasión el punto axial de todo lo que aquí hemos contado: la Santa Casa donde nació Ignacio y vivió su conversión, así como la Basílica y el Santuario que expresan la devoción por el santo extendida por todo el mundo. Pero antes de finalizar, permítasenos la visita a un lugar que testimonia ese imperecedero impacto de la historia de transformación que Loyola atesora. A pocos pasos de la casa-torre, se encuentra el caserío Errekarte, en el que nació en 1857 un hijo insigne de la Compañía: el hermano Francisco Gárate. Toda su vida fue «ayudar y servir»: diez años como enfermero en La Guardia (Pontevedra) y 41 años en la Universidad de Deusto (Bilbao) como portero y enfermero. En la universidad de los jesuitas dejó una huella imborrable de admiración, que se transmite de generación en generación. Fue beatificado por Juan Pablo II en 1985. El caserío se ha mantenido igual que cuando lo abandonó Gárate y es una oportunidad privilegiada para conocer la vida cotidiana de un pueblo que moldeó la experiencia, de valor universal, de Ignacio. No hay mejor antesala que este humilde y recio caserío vasco para dirigir nuestros pasos a la escalinata del Santuario.