Jesuitas España

En memoria del P. Adolfo Nicolás, SJ

Published: Venres, 22 Mai 2020

Llegó la noticia que se estaba pronosticando en estas semanas: el P. Adolfo Nicolás ha pasado a ser ya memoria de la Compañía de Jesús. Esa memoria es la que me ayuda ahora a reavivar momentos personales con quien fue nuestro P. General entre 2008 y 2016. Están esparcidos aquí y allá por entre encuentros y reuniones, motivados casi siempre por tareas de gobierno. Hubo una excepción con otro cariz y otra cercanía: la convivencia exquisita con él en la Curia provincial en Madrid durante varios meses antes de su partida a Manila a inicios de 2017, mientras realizaba un seguimiento médico para calibrar su estado de salud.

De todos mis recuerdos, rescato uno por su valor y por la luz que después arrojaría para comprender y asimilar el estilo jesuita del P. Nicolás y su aporte a la Compañía. Fue al final de las jornadas de murmuraciones de la Congregación General 35 en Roma. Le pedí una entrevista y acordamos realizarla mientras volvíamos por la tarde desde la Curia General a donde nos alojábamos: él, en Il Gesù; y yo, en la Universidad Gregoriana. El corso Vittorio Emmanuele II es suficientemente largo como para una murmuración que fuera enjundiosa.

Y así resultó. Mi propósito en aquella conversación era hacerme una impresión propia, sin depender de las referencias de otros, sobre el talante personal y espiritual del P. Nicolás. En ese día y a esa hora, su nombre sonaba con fuerza. No quise desaprovechar la ocasión para tomar contacto con quien entonces era, para muchos, un candidato firme a General, pero que desconocía. Quizás por eso, porque carecía de prejuicios y experiencias previas, lo que percibí en nuestro diálogo tuvo en mí un impacto espontáneo y directo, ese impacto que dejan las primeras impresiones de alguien con el que no te has encontrado antes y que perdura en el tiempo. Posteriormente, por razón de otras conversaciones y circunstancias, aquella huella de lo humano y lo espiritual del P. Nicolás se vio confirmada.

Un primer enfoque: la apertura

En las respuestas que me iba dando a mis preguntas, sentí enseguida una actitud personal muy marcada por lo que sólo sé calificar como apertura. Apertura de miras, apertura de enfoques, apertura de perspectivas. Lo percibí también así después, a lo largo de su gobierno. El P. Nicolás me demostró en aquel rato romano que abordaba cuestiones cruciales de mundo e Iglesia, tomándolas desde un ángulo diferente. Era claro que había internalizado una especial universalidad jesuítica, proporcional al viaje espiritual que supongo hubo de culminar para inculturarse a fondo en las antípodas del mundo que le vio nacer.

La impronta oriental del P. Nicolás nos fue evidente a quienes no lo conocíamos ya en la misma Congregación, tras ser nombrado General. Oriente no era sólo un trozo muy importante de su vida. También suponía ese otro modo sapiencial de aproximarse a los temas fundamentales de Compañía. El P. Nicolás manejaba una especie de aplicación simultánea de claves religiosas y culturales diversas, que lo capacitaba para contemplar en una panorámica única el este y el oeste, Asia y Europa. Disponía de una habilidad notable para dar un toque de novedad a cuanto reflexionaba, que fuera, a la vez, crítico con posicionamientos excesivamente eurocéntricos de la Compañía y de la Iglesia. Tal apertura emergía en él como un signo notable de libertad interior. Esa libertad le dejaba ponderar las cosas con una dosis de relativización sana, no pocas veces llena de humor, para detectar dónde podía estar lo más importante y dónde no.

Un segundo enfoque: la profundidad

Aquella murmuración me permitió además ser consciente de otro rasgo del P. Nicolás, derivado de su actitud abierta. Noté que su manera de formular optaba más por la imagen y el poder de la sugerencia, que por el concepto abstracto. Confiaba más en la fuerza evocadora del lenguaje, que en el empeño por delimitar las palabras. Gustaba más de las preguntas que desencadenaran búsquedas, que de las soluciones cerradas.

Lo cierto es que siempre asociaremos al P. Nicolás su invitación continua a la Compañía de Jesús a practicar profundidad, entendida como un espacio indefinido y, sin embargo, lleno de Dios. La recuperación del tema del discernimiento al interno de la Compañía de Jesús creo que es un efecto de esa insistencia. En esa línea fue muy comentada aquella intervención que tuvo con motivo del informe De Statu, presentado en la Congregación de Procuradores en 2012:

“…aunque pueda sorprender a algunos, entiendo que uno de los retos principales que afronta la Compañía hoy es el de recuperar el espíritu de silencio. No estoy pensando en normas disciplinares, en tiempos normativos de silencio o en la vuelta a casas religiosas con un aspecto semejante al de los monasterios. Estoy pensando más bien en los corazones de los jesuitas. Todos estamos necesitados de un lugar en nuestro interior donde no haya ruidos, donde nos pueda hablar la voz del Espíritu de Dios, con suavidad y discreción, y dirigir nuestro discernimiento. Intuyo en esto una verdad muy honda: necesitamos tener la capacidad de convertirnos nosotros mismos en silencio, en vacío, en un espacio abierto que la Palabra de Dios pueda llenar y el Espíritu de Dios pueda inflamar para bien de otros y de la Iglesia”[1].

En mi opinión, el P. Nicolás soñó a los jesuitas desde esa apertura y esa profundidad. A ambas las consideraba como subrayados especialmente pertinentes para la coyuntura actual de nuestra vida religiosa. Así lo expresó de nuevo antes de que se iniciara la Congregación General 36 en 2016:

“Nuestro pensamiento es siempre un pensamiento ‘incompleto’, abierto a nuevos datos, a nuevas formas de entender, a nuevos juicios sobre la verdad. Tenemos mucho que aprender del silencio de la humildad, de la sencilla discreción. El jesuita, como dije una vez en África, debe oler a tres cosas: a oveja, esto es, a lo que vive su gente, su comunidad; a biblioteca, es decir, a reflexión en profundidad; y a futuro, es decir, a una apertura radical a la sorpresa de Dios. Creo que estas cosas pueden hacer del jesuita un hombre de pensamiento abierto”[2].

El modo en que el P. Nicolás comunicó a los congregados en 2016 que no disponía de salud para gobernar la Orden creo que fue el testimonio de hasta qué grado se había encarnado en él lo que tanto anhelaba para sus compañeros. Mientras recibía nuestros aplausos y pasaba a ocupar su asiento en el aula de la Congregación, tuve la sensación de que aquel P. Nicolás, ya debilitado, seguía siendo el mismo con quien murmuré, años atrás, sobre la sencillez con que debía ser gobernada la Compañía de Jesús.

Francisco José Ruiz Pérez, SJ

[1] Adolfo Nicolás, SJ, De Statu S. I. (CP 70. Nairobi 2012. 9-15 de Julio), 6 (las cursivas son mías).

[2] Razón y Fe, 2016, t. 274, nº 1415, 128.