Jesuitas España

Dios y COVID-19: un diálogo posible

Published: Xoves, 30 Abril 2020

La crisis sanitaria de la envergadura de la COVID-19 ha perforado todos los planos por los que marcha la humanidad. Es como si nos hubiera retado cuanto hemos construido y estuviera cuestionando la solidez de lo que somos y hacemos. La pandemia se ha constituido en verdadera probación. Representa un auténtico trauma de incertidumbre.

La capacidad de desestabilización de la COVID-19 es impresionante. Nos está siendo muy difícil comprender sus dimensiones reales y el impacto que definitivamente dejará tras de sí. ¿Nos hallamos, en esencia, ante una lucha biológica, un incidente que se debate en los dominios del mundo natural, donde se juega, si no la supervivencia de una especie, al menos sí parte de ella, mientras su sistema inmunitario no se fortalezca más contra una amenaza viral? Sin duda, es eso, pero también estamos ante un problema con derivadas exponenciales en el ámbito de la sociedad, la política y la economía. Una sociedad global está experimentando una enfermedad global. Eso convierte a la dificultad en algo inédito.

No es extraño, por ese motivo, que la teología salga a colación. El pasado 10 de abril, Javier Sampedro, científico y articulista de El País, escribía una breve colaboración con un título provocativo, “La fe pierde puntos”, sobre la que me apoyo para ordenar unas cuantas consideraciones.

Sampedro expresa su impresión sobre el papel de la religión, en general, en el escenario creado por la COVID-19. Opina que “la religión ha sufrido en estos días y semanas una ducha de realidad para la que, tampoco ella, estaba preparada, y sus reacciones han sido bien interesantes, a veces poéticas”. El autor alaba, por un lado, que la Iglesia católica acepte las indicaciones científicas de profilaxis. Extiende esa alabanza a la Iglesia ortodoxa. Pero, por otro, critica fuertemente a las iglesias evangélicas norteamericanas, negacionistas del coronavirus. Siguiendo los datos que recoge el artículo, uno diría que la imagen resultante de la religión en su reacción a la crisis sanitaria es, cuando menos, diversa. Al autor, sin embargo, le lleva a una conclusión un tanto inesperada: “En cualquier caso, la fe está perdiendo puntos en esta crisis”. Y pierde puntos, porque “los líderes religiosos sensatos no están siguiendo su doctrina, sino los criterios de la ciencia, y los insensatos quedan desautorizados por sus propios fieles […]. Cuando un tratamiento funcione, veremos obispos haciendo cola en los hospitales”.

El artículo supone una oposición entre la fe y la ciencia que rememora capítulos remotos de una historia larga de desencuentros entre ambas. Sin duda, la religión, en el sentido extenso que maneja Sampedro, va aún con diversas velocidades en relación al diálogo que establece con la ciencia. Pero también hay que decir que eso mismo le sucede a la ciencia. La comunidad científica no es homogénea en su modo de captar qué es y qué no es la religión.

Pero lo que me ha captado más la atención de la columna de Sampedro es lo que afirma de pasada sobre la religión. El autor da a entender que la COVID-19 le debe suponer a la religión un aterrizaje no deseado en la crasa realidad. Es decir, la religión la supone aposentada en otro nivel de la realidad, un plano inocuo y trivial frente a la entidad que tiene, en este caso, una pandemia.

Se entiende que una colaboración periodística no puede ahondar en sus propias afirmaciones. Sin embargo, a un teólogo le deja intranquilo que se indique que, después de todo, la religión no versa sobre la realidad. Es como si se estuviera manteniendo que “Dios” es ajeno a ella: funge de gran pantalla virtual, a la que se arroja la proyección psíquica humana, sin más peso específico que el que tiene un verso suelto de un discurso metafísico vano.

Con Sampedro hay que estar de acuerdo en que la COVID-19 trae consigo masivamente la realidad tal cual es. Es una muestra de la dureza del mundo físico que habitamos. Ejemplifica el suelo áspero sobre el que camina y construimos nuestra existencia. Pero precisamente por eso, la teología no puede ser ajena a la pandemia y pide palabra propia en medio de cuanto se publicita hoy para verbalizar esta crisis sanitaria. Reclama la palabra no tanto porque “Dios” no sea citado, sino porque se suponga que ese “Dios” nada tiene que ver con la realidad. El cristianismo, en concreto, no lo admitiría. Su punto de partida es que la religión versa sobre la realidad. No son otras su visión y su experiencia de “Dios”: lo confiesa en continuo movimiento encarnatorio, incluso hasta la trinchera de la lucha por la supervivencia humana.

He ahí la pregunta: ¿cómo afronta la teología esa realidad tocada de pandemia?, ¿puede decir algo sobre ella que sea una aportación significativa en la actual coyuntura?

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Francisco José Ruiz Pérez SJ