Misioneros jesuitas, hombres de Dios
Resulta curioso, cuando menos, el fenómeno protagonizado por los misioneros jesuitas. Más bien sería admirable el adjetivo a colocar aquí ya que si analizamos la vida de cualquiera de ellos, llama inmediatamente la atención su trayectoria.
En el inicio, una entrega inusitada. Eran, ciertamente, otros tiempos en los que unas Provincias podían exportar jesuitas hacia otras, dentro de una generosidad tremenda. Ahí no había obstáculo que valiera, ni distancia, ni continente, ni cultura, ni siquiera la lengua distinta. Un ardor de corazón lo llenaba todo y la aventura empezaba con la insistencia a ser enviado allá donde fuere necesario. Hemos asistido a partidas hacia el otro extremo del mundo, a años de estudio de la lengua, pacientes e infinitos, a llegadas a climas desconocidos; todo ello en el marco de una entrega al Señor que llamaba con urgencia.
La inculturación ha sido, sin duda alguna, el fenómeno que se ha hecho denominador común en los misioneros jesuitas. Allá dónde fueren, allá que observaban, vivían, conocían, se dejaban impregnar por lo local, y se hacían solidarios con todos. Más tarde llegarán los trabajos codo con codo, la paciencia y el aprendizaje mutuo, hasta saberse valorados y queridos y, desde ahí, poder iniciar un Anuncio respetuoso con las otras culturas religiosas. El prestigio fue clave para hacerse un hueco y para salvar las ánimas de otros muchos que quisieron ver y creer que el ejemplo vale más que mil palabras y que lo predicado de un estilo de vida distinto era cierto.
Años de entrega radical, en muchas ocasiones en circunstancias adversas, llenas de contratiempos y falta de comodidades dieron paso a innumerables transformaciones, mejora de la calidad de vida en muchas culturas y de admiración por lo otro, por otros conceptos desde los que entender la vida y el universo, y trabajar finalmente de modo conjunto para conseguir dar gracias a Dios.
Y la vida misionera no siempre se queda anclada en un momento determinado pues los años, en definitiva, no pasan en balde. En otras circunstancias, adversas, el desgaste es mayor y más rápido y, al final, todo pasa factura. Los regresos a las tierras que vieron nacer a los misioneros jesuitas han sido muchos, pero siempre con una mirada hacia esa misión que ha dado sentido a toda una larga vida. Tal vez la enfermedad o el desgate ha pillado a más de uno de estos admirables compañeros aquí y aquí han descansado en paz, pero muchos otros han pedido, solicitado y suplicado una vuelta allá donde desean finalmente reposar porque allá todo tiene más sentido, entre los suyos, y en una tierra que los amó profundamente y a la que quisieron con locura.
Curiosos sentimientos, admirables vidas, logros inusitados. Quizás eran, y son, de otra madera, estos compañeros nuestros, los misioneros jesuitas. Labrados por la mano de Dios, fieles a su voluntad y con ganas de seguirle a Él por un camino desconocido, difícil a veces y, otras, lleno de cruces, algunos, incluso, con la vida arrebatada desde la violencia. Todos ellos, sin duda, hombres de Dios.