Jesuitas España

Cuatro años de un papa jesuita

Argitaratua: Azteazkena, 22 Martxoa 2017

¿Qué ha supuesto para nosotros, los jesuitas, el nombramiento del papa Francisco, a los cuatro años de su elección? No puedo hablar, como es obvio, en nombre de “los jesuitas”, sino solo en el mío propio, pero sí con la esperanza de que al expresar mi sentir más personal esté expresando también el de otros muchos compañeros.

Comienzo distinguiendo dos niveles, conectados entre sí pero con distinto peso específico. El primero es más emotivo, toca fibras más sensibles a nuestro ser de jesuitas y de Compañía de Jesús. Que quien fue en otro tiempo compañero nuestro sea ahora nada menos que Pastor de la Iglesia universal nos llena de una gran alegría. El papa Francisco sintió de joven la misma llamada que nosotros, bebió de las mismas fuentes ignacianas, se incendió por dentro del mismo Cristo de los Ejercicios, pasó por las mismas etapas de formación… ¿Cómo no sentir alegría por un hecho así, el primero en quinientos años de historia de la Iglesia, y más teniendo en cuenta que las relaciones entre el Vaticano y la curia jesuítica no siempre fueron fáciles? Por otra parte –estoy seguro de ello- esa alegría no es narcisista ni muestra de un orgullo corporativo, sino de una honda gratitud al Señor y de una mayor disponibilidad para trabajar, bajo su guía, en la viña del Señor.

El segundo nivel es más hondo, más teológico, por decirlo así, tiene mayor peso. La Compañía de Jesús, tal como está configurada en la actualidad, nació de la segunda parte de un doble voto de Ignacio y sus compañeros en la colina de Montmartre (París) en 1534): si no salía adelante, como así sucedió, el proyecto de ir a Jerusalén, el grupo de los diez se pondría a disposición del Papa para ser enviados donde creyera que había mayor necesidad. Así lo hicieron, una vez fracasado el “proyecto Jerusalén” y constituidos ya en orden religiosa. No hay que extrañarse por tanto de que Nadal, el mejor intérprete de san Ignacio, dijera que este voto que vincula esencialmente a la Compañía de Jesús con el papa en lo tocante a sus misiones, era “nuestro primero y principal fundamento”. Es decir, que la Compañía de Jesús había nacido de él y que esa promesa sagrada sería siempre consustancial a nuestra Orden y a cada jesuita en ella. La Compañía de Jesús, afirmó en cierta ocasión un Provincial jesuita, nació con un impulso “paulino”, es decir, misionero, ad extra de sí, y con una devoción “petrina”, esto es, con una referencia operativa y afectiva al sucesor de Pedro como primer mediador de su presencia en el mundo.

¿Qué sucede en el caso del Papa Francisco? Dos cosas, a mi modo de ver. La primera es que los vínculos humanos, afectivos y espirituales, que unen a la Compañía con el papa hacen más “fácil” –digámoslo así- nuestra disponibilidad y obediencia a él para lo que quiera encomendarnos. La segunda, que la Compañía siente tan cercana a su carisma originario la orientación que el papa Francisco está imprimiendo en la Iglesia, que es para nosotros un gozo y un honor secundarle.

– “Demasiado humanas ambas razones”, pensará alguien. - “No, si estamos dispuestos a mantener la misma actitud en otras circunstancias distintas…”. El ejemplo lo tenemos en el propio san Ignacio a quien le tocó vivir su propio voto de obediencia al papa con uno “amigo” (Marcelo II) y con otro muy hostil (Paulo IV).

 

Toño García SJ