Los jesuitas en las epidemias
En medio de las crisis sanitarias que se han producido desde la fundación de la Compañía, los jesuitas han pasado desde muchas noches en vela sirviendo a los enfermos, a horas estudiando exhaustivamente plantas y agentes medicinales, y también, en el reverso de la moneda, han sufrido acusaciones o incriminaciones.
La manera de actuar de los jesuitas ante las epidemias ha oscilado según los países. En las crónicas del Nuevo Mundo descubrimos que en 1736 durante la epidemia que arrasó el virreinato mexicano o de Nueva España, los jesuitas destacaron por construir casas-hospitales en los barrios más deprimidos, recoger a los huérfanos y consolar a los enfermos. A finales del siglo XIX en La Habana (Cuba) varios religiosos jesuitas se pusieron en manos del médico Carlos J. Finlay para que inoculándoles la fiebre amarilla pudiera realizar los experimentos que resolvieron la transmisión de esta enfermedad, consiguiendo la inmunidad hacia ella. En Caracas (Venezuela) durante la gripe de 1918 convirtieron el seminario en hospital y, exceptuando a dos jesuitas, el resto se contagió, aunque en este caso ninguno falleció. Pero esta actitud de servicio no siempre fue reconocida y también los jesuitas recibieron acusaciones falsas durante crisis sanitarias, como la de 1834 durante la epidemia de cólera en Madrid en la que la población, en su búsqueda desesperada por encontrar un chivo expiatorio, lo hallaron en “los frailes” y una turba exaltada asaltó el Colegio Imperial con la acusación de que eran ellos los que habían envenenado los pozos y terminaron torturando y asesinando a 14 religiosos.
Esta asistencia a las víctimas durante las epidemias ha causado la muerte de más de 2.000 jesuitas. A un lado del Atlántico tenemos casos como los de Francia entre 1609 y 1629 con la muerte de 64 jesuitas, los de Italia en 1630 con el fallecimiento de 103 religiosos, Sevilla en 1649 donde la casa profesa quedó en cuadro o la gran peste de Polonia en 1709 donde se dieron 160 pérdidas. Entre los difuntos encontramos de todas las edades y de todos los grados, escolares, coadjutores espirituales y temporales. El más conocido, sin duda, es San Luis Gonzaga que, al poco de entrar en el Noviciado, se lanzó a ocuparse de los enfermos de la ola de peste que asolaba Italia. En el hospital, los lavaba, les daba de comer y los preparaba para los sacramentos. Finalmente se contagió y murió en pocos días.
(Este texto está basado en una amplio artículo de Pedro Rodríguez López SJ publicado en la revista Manresa Vo. 92. Año 2020. Pp. 291-300. http://manresarev.com/)